yuvia: (Default)
yuvia ([personal profile] yuvia) wrote2008-07-12 09:40 pm

(no subject)

Hoy he pensado mucho en escribir pero no he escrito nada, aún.

No sé si tendrá relación, pero el día empezó con un sueño, que os contaré. Quizá no debería porque no creo que diga nada bueno sobre mí, pero dado que afecta a alguien del LJ, pues lo cuento.
Creo que he comentado ya que yo sueño con todo. Es un modo de resumir, pero no demasiado exagerado: No creo conocer a nadie, ni personalmente, ni de vista, ni por la tele, ni por internet ni por ningún medio con quien no haya soñado alguna vez. Toda la imaginación que no tengo para escribir historias la tengo para soñarlas. Toda la incapacidad para mezclar personajes, rara vez paso de dos cuando escribo, se transforma en perfectas historias corales donde nadie sobra. Debería transcribir mis sueños y olvidarme de ese rollo de escribir, sería mejor.
Ayer fue gracioso, porque me desperté dos veces partiéndome de risa. No sé si os habrá pasado pero es de lo más descorcentante. Es como todo, también, como despertarte a punto de que te alcance el monstruo y descubrir que estás en tu cama y no hay más peligro que el de que el despertador no haya sonado y vayas a llegar tarde. Despertarse riendo es lo mismo. Estás ahí, a carcajada limpia, y no sabes por qué. No recuerdo qué soñaba la primera vez pero, la segunda, estaba soñando que estaba en el trabajo, con todos mis compañeros y un par de amigos que no trabajan ahí. Estábamos todos tirados en el suelo haciéndonos cosquillas, de ahí las risas. Creo que es un sueño que dice bastante sobre cómo estoy reaccionando actualmente a las locuras que están ocurriendo en mi trabajo. Es un cachondeo, y yo me lo tomo como tal. Pero eso lo dejamos para cuando construya del todo mi metáfora para contaros la terrible y singular historia de lo que está pasando ahí.

Hoy habré tenido unos cuatro sueños distintos. Uno era la segunda temporada de Californication. Os la recomiendo, estaba genial. No os la puedo contar porque no la recuerdo, pero todo era luminoso y parecía transcurrir en los jardines de Versalles. Hank llevaba una camisa azul oscuro arremangada y con tres botones abiertos y gafas de sol (dejé toda la originalidad para la elección de escenario. Mi subconsciente sabe que hay cosas que no se pueden mejorar) y por supuesto daban ganas de irse a vivir a su yugular para siempre.
Otro era personal y no diré nada.
En otro, salía de fiesta por mi ciudad. Estaba atardeciendo, pasaban varias horas pero siempre era el atardecer. Los sitios estaban cambiados de lugar. Querían llevarme a una discoteca nueva y yo me negaba en redondo, me iba sola porque tenía algo importantísimo que hacer. En mis sueños, tener algo importantísimo que hacer suele ser salvar el mundo o similares. No recuerdo si esta vez lo era pero por ahí andaba la cosa. El caso es que acabé corriendo por los tejados como los gatos, con algún gato, de hecho, y colándome por ventanitas imposibles tras alguna de las cuales conocí a alguien que quería ayudarme. Pero entoces me desperté a medias y pasé al otro sueño.
Allá va:
Muchos conoceréis a [profile] m_enia, si no es así deberiais: Escribe muy bien, es muy maja y siempre habla de cosas interesantes. Pero lo que no sabéis es que os puede meter en situaciones raras como poco.
El caso es que yo vivía en una ciudad distinta, que parecía centroeuropea. Grandes edificios antiguos impresionantes, callejuelas oscuras y bloques de apartamentos de los años veinte (sabéis el final de ¿La edad de la inocencia? pues así). Yo vivía en uno de esos apartamentos, era una casa descolocada, con larguísimos pasillos curvos y muchas habitaciones todas fuera de lugar. El baño estaba nada más entrar, a ambos lados del pasillo ondulado había habitaciones llenas de trastos que parecían de otra época y al final del pasillo se abría una enorme cocina con muebles de madera al más puro estilo vintage, llenos de estanterías y vidrieras, con más platos de los que nadie puede llegar a utilizar nunca. El salón, sin embargo, era un cuarto pequeño, una salita monísima con sofás de tela antigua, enormes cortinajes claros y una mesita escandalosamente parecida a la que tengo delante (no pegaba mucho, no). Las paredes estaban repletas de pequeños cuadros de flores. No sé en que lugar de la casa estaba. Cuando lo busqué tardé en encontrarlo y para el caso, nunca se usó en el sueño.
El caso es que yo conocía a Enia desde hacía algún tiempo. Ella me avisaba por teléfono, o quién sabe si por carta, de que había enviado a mi casa a una familia dueña de una editorial que estaba interesada en publicar algo mío y, claro, querían leerlo antes.
Lo genial, es que yo me enteraba unos cinco minutos antes de que llegaran.
Había algo curioso en el sueño y es que yo quería ver a Enia. No sabía qué aspecto tenía a pesar de haberla conocido durante años. De modo que, al principio del sueño, las dos caminábamos deprisa por la misma calle, ella iba delante y yo trataba de alcanzarla para ver su cara.
Fue inútil. Lo siento pero no os puedo cotillear cómo es, sólo descubriré como grandes secretos que ella oculta que: Mide 1,65 o así, lleva ropa amplia en tonos tierra y verde pálido y sandalias, y tiene una melena negra y rizada. Ah, y corre más que yo.

Aparte, os diré que más allá de su bonita costumbre de dejar tirada a la gente con unos editores en su casa, suele equivocarse con las direcciones, de modo que me encontré a los editores en el portal de al lado, escandalizados porque en los buzones no estaba mi nombre. Bueno, hay otro detalle, y es que elige editores por su similitud con protagonistas de un anuncio de té inglés.
Me explico, una mujer de más de ochenta años, al típico estilo Miss Marple, con un traje chaqueta gris medio y una camisa de flores pequeñas y oscuras que llevaba un sombrerito gris con una pluma y parecía no haber sonreído, al menos en el sentido correcto, es decir, con las comisuras hacia arriba, en los últimos cincuenta años. Llevaba también un bolso negro de cuero firme, que sujetaba con fuerza contra su costado. Un hombre de cuarenta y muchos, trajeado hasta la médula, de ese tipo de hombres que te hacen plantearte si nacerían ya con el traje puesto. Iba de gris oscuro, con la camisa blanca y una corbatita ridícula perfectamente recta hasta el chalecho ajustado como un guante. Su pelo parecía un peluquín, a pesar de que claramente no lo era, peinado a la perfección con gomina, la raya a un lado, aplastado contra el craneo. Tenía los rasgos vacíos, los ojos pequeños, la nariz recta, los labios finos y un bigote corto y recto que disimulaba apenas el gesto agrio de quien nunca está de acuerdo con nada. Les acompañana una mujer de treinta y tantos, la versión joven de la anciana. Con el pelo rubio teñido excesivamente cardado, los labios grandes en rojo fuerte, los ojos azules rasgados y cargados de rimmel, la nariz pequeña y respingona. Fumaba sin parar con esta cosa que ahora no me acuerdo de como se llama, el gesto ausente y la mirada siempre perdida en las paredes. Parecería una cabaretera o una espía de la segunda guerra mundial si no fuese por su atuendo serio. Un traje rosa pálido con la falda justo por debajo de la rodilla y la chaqueta abotonada sobre una camisa gris. Llevaba también sombrero, una pamela ancha de color paja con un adorno floral.
Y ahí estaban los tres, casi enfadados y apresurados en el portal contiguo. Les subí a mi casa, deshaciéndome en disculpas por llegar tarde, porque Enia equivocase la dirección ("es que a estos portales les cambian el número cada dos por tres" era mentira, pero la menor que pensaba soltar) y por el estado en que estaba mi casa.
Porque mi casa, nota de realismo, era un caos. Había una bicicleta antigua (de hecho juraría que era de las que tienen la rueda anterior grande y la posterior pequeña) tirada en la entrada. Todos mis zapatos repartidos por el pasillo, y algún calcetín igual también. A través de las puertas abiertas de las habitaciones podían verse armarios abiertos con la ropa tirada sobre las camas. Busqué el salón sin encontrarlo, y les hice pasar a la cocina, cuando chocamos contra ella al final del pasillo, rogándoles que no tropezasen con el ordenador, que estaba magistralmente colocado en una mesa de pared en medio del pasillo.
Una vez se sentaron en la amplia mesa de madera y miraron con desprecio la cocina, que por cierto estaba impoluta, me preguntaron por mis escritos.
Y yo temblé de la cabeza a los pies, porque mis escritos estaban en el ordenador, probablemente tan fáciles de encontrar como el salón (maldita sea, esa habitación tenía que estar en algún sitio, no podía dejarles en la cocina).
Les ofrecí un té, logrando que la anciana casi sonriese, que la mujer me mirase a los ojos por primera vez con un rastro de agradecimiento y que el hombre soltase:
-¡Un té! Por el amor de Dios, por fin algo correcto.
Así que mientras ponía una tetera al fuego (que monada de tetera, por cierto) me pregunté qué demonios iba a enseñarles y, como si no hubiese otra opción, vino a mi mente una novela que escribí a los veinte años.
Les dejé en la cocina con la tetera pitando, mientras murmuraban críticas hacia todo lo habido y por haber, y corrí al ordenador a buscar el archivo pensando en si sería buena idea. Pensando que no lo era, que esas tres personas se tirarían por los amplios ventanales en cuanto leyesen "aquello", aquella historia un paso más allá del nihilismo, llena de sexo y acciones desesperadas. Lo raro es que ni por un momento me planteé enseñarles otra cosa. Encontré el archivo con mucha menos dificultad de la esperada y empecé a imprimirlo, pasándoles las hojas una por una mientras bebían sus tés que "no estaban mal". Comenzaron a leer, sin variar el gesto. Se pasaban las hojas unos a otros sin hacer ni un comentario, intercambiando miradas frías, sin reparar siquiera en mí que acabé yéndome sola a buscar el maldito salón, incapaz de soportar la tensión.

Lo siento, pero no hay fin de la historia. Como os podéis imaginar, desperté, sobresaltada por un mensaje donde me ofrecían no sé qué promoción para el teléfono y encontrándome la mesa y el ordenador como únicos elementos reconocibles.

Nada más que añadir salvo, Enia, tía, de dónde sacas a esta gente? Y, la próxima vez, envíame a tus musas: Parecen de lejos más agradables. Además, a Melpómene le hubiese gustado la novela, era mogollón de melodramática.




Post a comment in response:

This account has disabled anonymous posting.
If you don't have an account you can create one now.
HTML doesn't work in the subject.
More info about formatting