yuvia: (Believe)
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Derechos legales: Mulder y Scully no me pertenecen, son personajes propiedad de Chris Carter, 1013 y Fox. La historia es mía, aunque inspirada en la serie, lo cual es obvio porque ni CC, ni 1013 ni la Fox hubiesen permitido a los personajes... ciertos comportamientos. No pretendo obtener beneficios económicos con esta historia (sí, yo también me río ante la simple idea)

          Clasificación: NR-18, MSR, Angst.

          Rating: NR-13 

LUNA LLENA

 

29.- CONCLUSIONES

I don’t pretend to know what you want…

But I offer love.

Distant sun, Crowded House.

 

El problema siempre son los espacios vacíos.

 

Cuando empieza la investigación de un caso, hay que fijarse en dos cosas: La veracidad de los datos que se tienen y todo aquello que se desconoce. Hay que comprobar lo primero e ir rellenando lo segundo en la medida de lo posible. Al final, si hay suerte, puedes sacar una conclusión.

Tienes unos datos: fotos, declaraciones, evidencias,… Te trasladas al lugar y buscas, preguntas, interrogas, analizas. Todo se va amontonando en carpetas y hay que colocarlo en orden para que tenga sentido. Esa ordenación no es siempre clara. A veces cuesta bastante saber qué ocurrió primero y qué después, quién miente, qué es importante y qué superfluo. Responder al qué, quién, cómo, cuándo, dónde, por qué. Es un trabajo difícil, no siempre se consigue.

 

Mulder ordena los datos del caso sentado en el despacho. Scully, frente a él, revisa lo ya ordenado. Pero Mulder está acostumbrado a los casos de modo que, mientras lo hace mecánicamente, piensa en los espacios vacíos, en la línea temporal, en ellos. Y resulta difícil sacar una conclusión.

 

Aquella mañana no hablaron. Se despertaron tarde pero se vistieron despacio, en silencio, mirándose. Justo antes de salir de la habitación rodeó los hombros de ella con su brazo y la besó en la frente. Hablaron del caso en el desayuno.

Todo ha sido trabajo desde entonces. De vez en cuando, una mirada mantenida cargada de calma y de algo parecido a la seguridad. Mulder casi ha dejado atrás esa sensación de que tenía que sacar conclusiones, porque ahora parecen no importar.

 

El trato, en un principio, hace dos años, era que nada cambiaría. Siente que nada y todo ha cambiado, que nada y todo importa.

Las pruebas, el tiempo, los espacios vacíos, forman un conjunto extraño que a veces intenta colocar para encontrarle un sentido. Pero entonces la mira y ve esa calma. Y siente que todo está bien. Simplemente todo está bien.

Sea lo que sea.

 

-Nunca me pareció sórdido, Scully,- le dice de pronto.

Ella le mira interrogante pero luego sonríe.

-A mí tampoco.

Piensa que el tiempo cambia las cosas y eso es inevitable. Como lo es preguntarse si ha variado la opinión de Scully, su recuerdo o sólo las palabras.

-Era difícil de explicar,- continúa ella.-Es difícil.

Le mira un instante más y vuelve a los documentos, sin darle importancia.

 

“Era y es”, piensa él. Siempre es difícil, no siempre se consigue. No hay nada cerrado, sigue cambiando, no habrá conclusiones y quizá la única conclusión a la que deba llegar es que no habrá conclusiones.

Pero siente que ya lo han conseguido.

Acaricia el dorso de su mano sobre la mesa. Scully la vuelve y entrecruza sus dedos con los de él, sólo un momento. Vuelve al trabajo.

Y Mulder piensa que no importa demasiado lo que ocurra, porque lo que ocurre siempre es lo único que importa. Lo que se mantiene y no lo que cambia es lo que les mantiene.

Quiere más explicaciones, siempre las querrá, es su forma de ser. Pero, al menos en estos momentos, siente que no las necesita.

No es algo que ocurra todos los días. Es algo difícil. No siempre se consigue.

 

 

 

30.- SERENDIPIA

 

“¿Por qué ahora?” es lo único que Scully se pregunta. La casualidad es tan inmensa que parece una señal.

Mulder piensa irse a Inglaterra a ver estúpidos campos de cereal donde algún estúpido con afán de protagonismo ha hecho señales. Nada que ver con el FBI, ni que eso importase…

Ella debería tener otra radiografía en las manos pero tiene esa. Daniel. ¡Daniel! Daniel está diez años atrás, no aquí y ahora, Daniel no debería estar aquí y ahora. Lo está.

Daniel es un recuerdo o varios millares de recuerdos de amor y lágrimas, culpa y dolor y esa sensación de que algo es para siempre. Sólo que el “para siempre” había pasado a ser parte del pasado.

 

El deseo y el temor de volver a verle o sólo volver a saber de él han aparecido y desaparecido durante esos años, como los días de fiesta. Algo que sabía que volvería pero que no estaba de forma constante. Se desvanecían con el tiempo, como el dolor y los recuerdos, como el amor hacia él. No es que llegase a pensar que iban a deshacerse en la nada, sólo que cada vez serían más difusos hasta casi no importar, como las cicatrices de las heridas que se hizo siendo niña. Estaba convencida de que nunca volverían a abrirse.

 

Ahora está de pie, en el pasillo de un hospital, ante la herida abierta, con algo parecido al dolor en la boca de su estómago. Todo porque una asistente ha confundido los sobres. Es tan estúpido que parece una señal.

 

Vuelve al mostrador, pregunta, intenta cerciorarse. Quiere coger a esa mujer y zarandearla, preguntarle cómo y por qué le ha dado ese sobre, preguntarle cómo cree que se siente al ver la radiografía del hombre al que amó. Y es entonces cuando es consciente de que ese hombre puede estar muriendo.

Y de que necesita verle.

 

 

 

 

 

“Una cita”-“¿Por qué no me lo dijiste?”. Es como la canción de moda de un anuncio, Mulder quiere que deje de sonar en su mente pero no sabe cómo se hace eso. Se sienta junto a su maleta hecha para el viaje, debe tomar el avión en unas horas, el teléfono aún en la mano.

Una cita. Scully tiene una cita. ¿Scully no llevaba años sin tener citas? O quizá sí pero consideraba que no era asunto suyo y nunca se lo dijo. Ahora puede que considere que sí lo es y que debe decírselo. Lo único claro es que debe hablar con los Pistoleros para consultar si existe ya por fin una maldita máquina capaz de leer en el cerebro de las personas porque es definitivo que ése es el único modo de entender que cojones pasa por la maldita cabeza de Scully.

Una cita. No sabe si tiene derecho a sentirse molesto por ello, teóricamente no. Más vale que sólo teóricamente porque está molesto. Está celoso. Está dolido. Scully no va a ir con él, no está segura de poder ir a recoger unos papeles sin ni siquiera moverse de la ciudad porque tiene una cita. Probablemente está en su derecho o algo así pero… Una cita.

“¿Por qué no me lo dijiste?”

 

 

 

 “El qué, Mulder. ¿Qué parte?”

Scully camina por la ciudad en lo que supone que es un día precioso de primavera. Siente el deseo de decirlo todo, sabe que causado por el simple hecho de que no puede decir nada. Quiere sentarse en un banco cualquiera, mucho tiempo, y hablar. Hablar a los transeúntes, contarles que, a veces, una se enamora de quien no debe y decide dar más importancia a lo primero que a lo segundo. O no lo decide, sólo ocurre hasta que se siente con fuerzas para decidir y decide que no debe. Entonces da un giro radical a su vida, se mete en el FBI y acaba siendo abducida, enfermando, curando milagrosamente, a punto de morir por la picadura de una abeja mutante, viendo un OVNI en la Antártida y cosas parecidas. “No señores”, diría cuando todos pusiesen cara de incredulidad, “las películas de ciencia-ficción no dicen la verdad: Se quedan cortas.”

 

Daniel ha vuelto a su vida, gravemente enfermo. Y aún la quiere. Y ella…no sabe nada. Sólo que quiere hablar, quiere hablar mucho sobre todas esas cosas de las que hace tanto que no habla, de las que nunca habló, cree recordar. De lo que fue su relación y lo que fue decidir abandonarle. De lo que es reencontrarse con él, las posibilidades abiertas, él enfermo, Mulder, lo que siente, la confusión.

 

 

Daniel le pregunta por su vida, no de forma directa, sigue siendo cauto. Lo es respecto a lo que ella pueda querer decir y querer callar como lo era respecto a lo que él podía querer decir y callar. Ella responde “Ni siquiera sé lo que tengo”. El tacto de su mano. Es Daniel. Siente que es Daniel, él, el hombre al que amó con toda su alma, y todo parece derrumbarse muy despacio. Y nada parece indicar qué significa todo eso.

 

 

Camina y camina. Le duelen los pies, piensa en que existen taxis pero está el hecho de que ha estado a punto de chocarse con un coche. No quiere conducir. Tiene miedo a todo, de repente. Las calles a veces parecen estrecharse, volcarse sobre su cuerpo, como si fuesen a aplastarla. Sabe que sólo es su mente abrumada por todo lo que ocurre, Daniel enfermo, “¿Por qué no me lo dijiste?”, “Ni siquiera sé lo que tengo”, la mano de Daniel, sus ojos infinitamente tristes, Mulder en el pasillo hablando de perder cosas por estarse quieto.

Se sienta en un banco de un parque. Ha buscado inconscientemente un lugar abierto pero el cielo azul le ahoga del mismo modo.

 

La vida cambia siempre. A veces muy despacio y otras de pronto, en saltos, como una montaña rusa en la que hay un momento de calma, un tranquilo recorrido horizontal y lento sólo para que la impresión de la caída sea más fuerte. Quiere gritárselo a todo el mundo, a las personas que caminan tranquilas pensando que todo está bien, que su vida es segura y todo se mantendrá constante.

 

Desde que vio la radiografía, no ha pensado en que tiene que tomar una decisión pero ahora lo siente.

Lo curioso es que no hay lapso temporal entre la pregunta y la respuesta. Toda la explicación que se da a sí misma es un adorno, como redactar un informe y escribir las premisas cuando ya tienes la conclusión.

 

Se dice que sí sabe lo que tiene, tiene a Mulder. Un tipo raro que ahora está en Inglaterra cogiendo trocitos de cereal y mirándolos una y otra vez “¿Doblado, partido, cortado, signos de radiación? Origen extraterrestre, seguro” Sonríe. Mulder el siniestro, el loco del sótano, el buen agente que se echó a perder buscando marcianitos, el que te pide que vayas a Alaska a ver una cosa congelada cuando te estás muriendo. El larguirucho que, cuando te abraza, hace que parezca que él es el mundo entero y, el mundo, un universo demasiado lejano para dañarte. El que besa exactamente la 2ª vértebra cervical después de hacer el amor y dice que es un bultito muy interesante. El que acepta tener un hijo contigo y luego suelta que espera que eso no os separe. El que naufraga en las Bermudas y vuelve jurando que ha estado contigo pero no eras tú y entonces suelta que te quiere, y luego actúa como si nunca hubiese dicho tal cosa. Él. Ya está. No es que le tenga, es que le quiere. Así de simple y de tonto. Le quiere. A él. No hay más. Y quizá sea cierto que no sabe muy bien qué es lo que tiene con él, pero es lo que quiere. Es lo que hay. Nada ha sido igual, nada ha sido tan importante, tan intenso, tan fuerte, tan real, tan honesto. La vida cambia. Ella ha cambiado. Hubo un tiempo en que Daniel era el hombre de su vida, el hombre al que amaba. Ese tiempo se llama Pasado. Aún le quiere, por supuesto: porque le quiso.

Quiere a Mulder, todo lo que implica, quiere estar junto a él.

Y tiene que salvar a Daniel.

Es lo que hay.

Así de simple, así de tonto.

 

 

 

 

Scully habla despacio sin parar. Sentada en el sofá de Mulder, los pies descalzos sobre la mesa. Relata su historia, cómo amó a un hombre casado, cómo decidió tener una relación con él, cómo decidió dejarle. Es como abrir un diario delante de su dueño e ir leyendo, comprendiendo, sintiendo que en el fondo no debes, sintiendo cuánto significa y cuánto debe costarle. Pero en el rostro de ella está esa expresión de liberación, de que no pasa nada porque alguien lo sepa. Porque él lo sepa.

Nada de lo que le está diciendo le sorprende demasiado, todo es coherente, todo es ella. No podría creer que no se lo haya dicho antes si no fuese porque eso también es coherente, también es ella.

Se pregunta dónde están sus celos, porque no están. Se responde que, a fin de cuentas, sólo es un hombre sentado en el sofá junto a su mejor amiga oyéndole hablar de su vida. Eso es lo que es. Entre muchas otras cosas. Demasiadas para contarlas.

Ella dice que estuvo a punto de compartir su vida con ese hombre y se pregunta qué se habrá perdido. Mulder ve hogar, niños, paz, tranquilidad, calma. Opciones. “Maldita sea, Scully, todas las otras opciones eran mejores opciones para ti. ¿Qué haces aquí?” Y recuerda “Aquí, sabes que es cierto”. Todos los pasos, todas las opciones, todas las decisiones, todo les ha llevado hasta ahí, hasta ese sofá, al té helado y los pies en la mesa, a estar juntos hablando de lo que ha ocurrido, a estar juntos. Y eso significa tanto, tanto, tanto…

 

Ella se ha quedado dormida. Le retira un mechón de pelo y la cubre con la manta. Piensa que es preciosa. Es Scully, no hay otras palabras.

 

Mulder no sabe si cree en el destino. No lo tiene claro. Recuerda una noche, hace años, en que se quedó observándola mientras dormía en el coche y empezó a hacerse preguntas sobre qué sentido tenía aquella mujer en su vida y cómo serían las cosas en el futuro. Pensó que le caía bien, que le tenía cariño, que era leal y una buena persona, que era una suerte haberla encontrado y que (por alguna extraña razón que no lograba comprender del todo) ella siguiese a su lado. Fue bonito, hasta que tuvo la profunda sensación de que sólo era cuestión de tiempo. El miedo a perderla le hizo llorar y eso le dio aún más miedo. Un miedo que nunca había desaparecido del todo, hasta ahora.

-Todas las opciones eran mejores opciones: Estás loca,-le susurra.

Scully murmura en sueños, -Tanto…

 

 

31.- EL PORQUÉ DE LAS COSAS

 

 

You should be loving someone,

And you know who it must be

´cause you’ll never find Atlantis

Till you make that someone me.

Looking for Atlantis, Prefab sprout.

 

Fue al sentarse en el coche alquilado, el volante a la derecha, cuando todo volvió. Oxford, Psicología, estudiar, noches en vela, fiestas, alcohol, alguna droga, juergas, autodestrucción, Phoebe, sexo, buscar el peligro, arriesgar, actuar primero, pensar después, libros de filosofía, nihilismo, la época Punk.

Recordó un infinito interés por aprender, un profesor hablándole de su curiosidad y su rebeldía, “Es usted brillante pero estúpido, señor Mulder”. Él había sonreído con desdén. Escribió un relato sobre un chico que tenía una hermana increíblemente pequeña, diminuta, que un día se le escapaba entre los dedos mientras paseaban y quedaba perdida en un inmenso campo de cereal. Su profesor le habló de plagio, él sonrió con desdén. Recuperó la asignatura plagiando un relato que había leído en la biblioteca una noche de insomnio. Nadie lo supo nunca.

Phoebe le decía “Me gustas porque pasas de todo”, él sonreía con desdén. Le contó lo de Samantha, sólo un poco, sólo parte. Ella dijo “Sé lo que necesitas” y le cogió de la entrepierna. No era la primera vez, tampoco fue la última.

Hacía veinte años de todo aquello. Veinte años. Las personas cambian. ¿En qué? ¿En qué había cambiado él?

Quizá en que ya no quería morir. La respuesta le asaltó en medio de una horrible rotonda. Le hizo pararse. Pitidos. Insultos. Salió en la primera salida, la equivocada. Varios kilómetros hasta el cambio de sentido y vuelta a la rotonda. Los carteles parecían escritos en otro idioma. Casi vio a Scully a su lado levantando las cejas y murmurando algo sobre mapas. Tomó el desvío correcto.

 

Mulder siempre había sido un hombre que buscaba. Un hombre marcado por su pasado que siempre miraba a un futuro incierto con la pequeña esperanza de que en ese futuro hubiese respuestas. El presente siempre era estación de paso. Pensó en ello, trescientas millas. Scully le dijo una vez que, si le soltasen en el desierto y le dijesen que la verdad estaba ahí, les pediría una pala, quizá una excavadora. A Scully le gustaba eso, aunque a veces no pudiese entenderlo. Aunque no estuviese con él en Inglaterra. A Scully le gustaba porque las cosas le importaban. No era psicóloga pero el análisis era más acertado. O quizá no era Phoebe, sino Scully. Quizá incluso él hubiese cambiado. Ahora le importaba vivir. No había pensado en ello, no es una de esas cosas en las que uno se para a pensar cuando lleva media vida considerando que no hay gran diferencia.

Había pensado en suicidarse varias veces. La última, unos años atrás, lo había desechado por Scully, pero había sido un sacrificio no hacerlo más que otra cosa, una cuestión de responsabilidad. Llevaba años sin pensarlo. Llevaba tiempo queriendo vivir.

Muchas cosas habían cambiado y una persona era la responsable de parte de esos cambios, sus sentimientos hacia ella de la mayor parte. No eran las cosas visibles las que habían variado, sino las otras, la visión del mundo, de la vida, de sí mismo. Scully estaba en todo, estaba en él, era parte de él. Y creía que él de ella, quería creerlo. Quería demasiado, quería más, quería todo.

Veinte años atrás solo quería olvidar. Había cambiado.

 

 

-¿Sabe qué es lo malo del asunto éste de los extraterrestres?,-dijo el dueño de las tierras sobre las que estaban las señales.

Mulder retiró por un momento la vista del cereal. ¿Doblado, partido, cortado, signos de radiación?

-Dígame.

-Que uno no puede denunciarles.

El hombre soltó una risa amarga. Estaba molesto pero le divertía sobremanera que aquel tipejo estuviese interesado.

-Si yo le contase…-, respondió.

-¿Qué es lo que busca usted exactamente?

Se acercó y miró sobre su hombro. Mulder suspiró molesto.

-Pruebas.

Lo cierto es que empezaba a pensar que no encontraría nada, que no conseguiría nada, que quería estar con Scully y que querría estar con ella aunque no hubiese dicho aquello de la cita.

-Sabe qué le digo: que no se puede saber. Lleva pasando años, esto de las señales. Dicen que si es la tierra, no sé qué de campos magnéticos, que si hongos, que si los platillos volantes. Vienen, miran, escriben cosas…pero nada. Al final nadie saca de qué es.

Quiso gritarle algo así como que por eso precisamente había que seguir investigando, pero estaba demasiado cansado.

-Pero, ¿sabe qué le digo?-el hombre puso la mano sobre su hombro. Mulder le miró, pensando ya que no podría hacer nada en calma mientras aquel hombre siguiese ahí.- Que es bonito. Son bonitas. Aunque me joda y me de un poco de miedo el caso es que son bonitas, mírelas.

Se levantó y miró. Por complacerle o porque le dejase en paz. Pensó en que eran bonitas desde el aire pero no a ras de suelo, sin embargo, al mirar, sintió que había algo mágico en ellas. Algo en el hecho de que existiesen, fuesen extraterrestres, críos haciendo algo para salir en los periódicos o extrañas fuerzas que aún nadie había sabido comprender.

-Pero los porqués son importantes, -se dijo más a sí mismo que al agricultor.

-Lo importante es que están ahí, qué quiere que le diga, el porqué…usted sabrá.

Mulder seguía mirando, con una expresión de tristeza que al hombre le dio pena.

-¿Quiere usted venirse a cenar?, es tarde. A mi mujer no le importará.

-No puedo.

-¿Le están esperando?

-Supongo.

-No haga esperar: Esto va a seguir aquí, la madre que lo parió.

 

No fue consciente del momento en que el agricultor se fue. No fue consciente de nada durante mucho tiempo, hasta que el sol se ocultó y el frío empezó a colarse hasta los huesos.

 

Pensó, que Samantha no estaba allí, Samantha no estaba en ninguna parte desde hacía mucho tiempo; pensó en que él ya sabía que existían extraterrestres y naves espaciales, los había visto con sus propios ojos; pensó que ya tenía fotos y muestras; pensó que los porqués importaban pero el caso era que las señales estaban ahí. Que quizá era hora de mirarlas y aceptarlas aunque no se tuviesen las causas. Eso era lo que le había dicho tantas veces a Scully.

 

Caminó hacia el coche, ya a la luz de la luna, pensando en que lo que quería era estar con Scully, hablar con ella. No estaría bien llamarla, tenía una cita, así que no estaba bien llamarla aunque se muriese de ganas y aunque supiese que ella cogería el teléfono y le escucharía. Esperaría un informe sobre cereal doblado, partido o cortado con posibles signos de radiación, y él le hablaría de cambios, de querer vivir y de que se moría de ganas de abrazarla. Entonces quizá oiría a un hombre a su lado murmurar “¿Quién es?” y se sentiría morir.

Quizá no le estaban esperando.

Y quizá se había acostumbrado a que le esperasen.

 

 

 

La cuestión es que Mulder nunca se había planteado, al menos en su vida adulta, la posibilidad de llegar a ser feliz, pero creía en la felicidad para los demás. Con el tiempo se había dado cuenta de que su vida estaba tan marcada por lo uno como por lo otro.

Era una idea lógica, surgida del análisis. La culpa por la desaparición de Samantha, la sensación de abandono por parte de sus padres, las discusiones constantes habían marcado su adolescencia. No había otras personas ni tenía fuerzas para acercarse a ellas. Psicólogos, profesores, algún amigo, poca cosa. Era “El siniestro” mucho antes de que le llamaran así, mucho antes de interesarse por lo paranormal.

 

Con el tiempo aprendió que el rechazo hacia alguien como él era una reacción lógica y eso sólo le llevó a aceptar dicho rechazo. Consideró que debía estar solo, que era la opción, ya que la vida de los demás era una vida normal. Quizá algunos también sufriesen insomnio, depresiones, tuviesen traumas y se sintiesen fuera del mundo, pero eran los menos, costaba encontrarles, y en general tenían una tendencia a la autocompasión que no siempre lograba entender. En parte porque había aprendido a fingir siendo demasiado joven, a hacer como si no importase, desoír tanto las risas como los comentarios compasivos, morderse el dolor, ignorar los gritos de sus padres.

Por otro lado, no le costaba relacionarse con la gente a un nivel superficial. Quien no le conocía le apreciaba en principio, era atractivo, inteligente, ingenioso, hablador, le resultaba fácil entablar conversación con cualquiera.

Cuando dejó atrás su casa y fue a la Universidad, pasó meses siendo algo así como una persona normal, ya que nadie le conocía, nadie sabía de su pasado. Hizo amigos, se divirtió. Hasta que empezó a sentir de nuevo la carga de lo que verdaderamente era, hasta que el tiempo trajo las preguntas y las pretensiones de intimar por parte de los otros. Sin embargo, era joven y se llevaba ser rebelde, por lo que pudo vivir varios años navegando entre el fondo y la superficie. En contacto con muchos pero sin dejar a nadie ver su interior. Se acostumbró a ello y llegó a pensar que su vida podría parecerse bastante a una vida normal, a pesar del aislamiento que mantenía en ciertos aspectos.

 

Luego estuvo la regresión, la nueva visión de lo que realmente había ocurrido aquella noche en que su vida cambió para siempre. Luego estuvieron los Expedientes X. Y Diana. Diana le aceptaba tal como era, de modo que le dejó entrar en su vida hasta el fondo. Luego ella le falló, o él a ella, daba igual, ambas opciones le rompieron en pedazos sin necesidad de decidir cuál de las dos había sido la causa de que se fuese.

Después de aquello no volvió a su “método para vivir” anterior. Decidió que la coherencia era todo lo que tenía y era lo que quería, coherencia entre lo que sentía, lo que pensaba y lo que hacía. Esa iba a ser su parcela de felicidad. Dejó de ocultar lo que pensaba, de ocultar su pasado, sus opiniones, su visión del mundo. Volvieron las risas y los comentarios, los conocidos que le retiraban el saludo cuando había gente delante y las advertencias sobre cómo podía perjudicarle su modo de actuar, pero ya no era un crío sino un hombre y podía con ello. Creía en lo que creía, era lo que era, pensaba como pensaba y no tenía miedo de gritarlo aunque nadie escuchase, eso le hacía sentir honesto.

La contrapartida era estar solo en su lucha y solo a secas.

 

Cuando Scully llegó, pensó que pronto se iría, luego que le fallaría. Siguió esperando ambas cosas durante cierto tiempo, hasta que fue consciente de que su método de mostrarse tal como era había dado por una vez el resultado opuesto al esperado. Scully le aceptaba tal como era. No era que le gustase, ni que estuviese de acuerdo con él, pero lo aceptaba. Y no se iba, y no le fallaba.

 

Quiso resistirse a quererla, pero no supo: No estaba acostumbrado a que alguien permaneciese. De modo que acabó en la situación de quererla desesperadamente, necesitarla incluso, sentirse infinitamente cómodo a su lado y al mismo tiempo seguir sintiendo que nunca podría hacerle más que daño. Se encontró en la situación de desear con todas sus fuerzas que permaneciese a su lado y al mismo tiempo que se fuese para poder tener una vida normal. Y, por más que en ocasiones se negase a admitirlo, siempre vencía lo primero. Nunca tenía la fuerza suficiente para alejarse de ella y siempre se lo reprochaba a sí mismo pero siempre volvía a hacer lo imposible por retenerla.

Sólo en una cosa podía mantenerse: no pasar ciertos límites. Serían compañeros y serían amigos, pero ahogaría todo deseo de que las cosas fuesen de otro modo, mantendría las distancias. Le ayudaría en lo posible, en realidad la vida de Scully se había vuelto tan extraña como la suya y ella también necesitaba alguien que le aceptase, que supiese, que escuchase. La ayudaría y se dejaría ayudar. Pero no se implicarían a un nivel más personal.

Como idea estaba bien. Como idea lo mantuvo durante mucho tiempo pero, a nivel práctico, los límites eran tan difusos que casi era mejor no pensar en ello porque, mientras se alejaban y se acercaban, les separaban y les reunían, se salvaban la vida y se ponían en peligro, toda norma, parámetro, nivel y similares iban volviéndose absurdos. Y él tenía la sensación de que sus vidas estaban unidas y no podía evitar que le gustase, querer que las cosas siguiesen así.

Pensar que Scully también quería, por los extraños motivos que fuesen.

Así, llegó a aquel punto en que sólo era capaz de resistirse a una cosa: a la acción, a llevar la iniciativa, a intentar acercarse aún más, pero no pudo resistir reaccionar.

Como no pudo resistir el miedo que le producía perderla por ese cambio, fallarle, decepcionarla, pensar que ella podía pretender algo que él jamás podría darle porque estaba destinado a no ser feliz, a no ser una persona normal, a estar solo. De hecho, en parte, se permitió dar ese paso pensando que ella estaba ya en esa misma situación. Tardó en darse cuenta de que, quizá, los dos estaban empeñados en considerar su relación como una opción que surgía de la falta de opciones, como un modo de compartir el dolor para que pesase menos. Tardó en darse cuenta de que hechos, motivos, razonamientos, situaciones, causas, explicaciones, necesidad aparte, verdaderamente quería a Scully. De todas las cosas coherentes que había en su vida, nada era tan coherente con lo que pensaba y sentía como estar con ella. En el fondo, lo que les unía, no era precisamente el dolor y la única razón para no ver más opciones que estar juntos era que no quería otras opciones.

 

Por eso, aquella noche de luna llena, Mulder condujo durante horas pensando en ellos.

Llegó al aeropuerto y sonrió al pedir un billete para el primer vuelo a Washington.

 


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