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          Derechos legales: Mulder y Scully no me pertenecen, son personajes propiedad de Chris Carter, 1013 y Fox. La historia es mía, aunque inspirada en la serie, lo cual es obvio porque ni CC, ni 1013 ni la Fox hubiesen permitido a los personajes... ciertos comportamientos. No pretendo obtener beneficios económicos con esta historia (sí, yo también me río ante la simple idea)

          Rating: NR-18

          Spoilers: Hasta el final de la séptima temporada. Per manum

EL LADO OCULTO DE LA LUNA

 

Fue muy sencillo. Se amaban por encima de todos los museos (...) Se acostaban. No había otro espectáculo más tierno. (...)Se querían. Se amaban. A pesar de la ley de la gravedad.

Amantes asesinados por una perdiz, Federico García Lorca

 

PRÓLOGO:

ALGO

 

-Algo ha cambiado.

Intuye una sonrisa al final. Besa su hombro. Desliza la mano sobre su pecho.

Entreabre los ojos y ve su cuello, su pelo, su rostro, aún mira hacia la ventana. Ha estado hablando de la luna, del lado oculto, de lo que nadie ve y siempre está ahí.

Piensa que todo cambia y se mantiene. Sabe que algo a cambiado y, sin embargo, todo sigue igual.

Siente el frío suave, la sábana cubriéndole hasta la cintura, el edredón está muy lejos, a sus pies, pero no merece la pena moverse. Su cuerpo está caliente y se aprieta un poco más contra su espalda. Ahora él se vuelve y la abraza.

Algo ha cambiado y, esta noche, ha sido tan obvio que alguien tenía que decirlo. Le rodea con los brazos, con las piernas, y susurra en su oído:

-Lo sé

-Sé que lo sabes.



LUNA NUEVA

 

1.-SEÑALES

 

Es el tercer semáforo que está a punto de saltarse en rojo.

-Vamos, tienes que llegar: Si no llegas, no podrás hacer el ridículo.

En realidad no quiere llegar: Quiere estar allí, quiere que ya haya ocurrido, al menos la inevitable conversación anterior, ese momento en que tendrán que aclarar cosas imposibles de aclarar.

¿Qué va a decirle y cómo?¿Qué quiere decirle y cómo?

-¡Maldita sea, no me vengas con que no lo tienes claro!

¿Lo tenía claro ella?

-Maldita sea Scully, ¿en qué maldito momento has perdido la cabeza?

Se aferra a la idea de haberla malinterpretado. Considera que debe existir una posibilidad entre millones, pero se aferra a esa posibilidad como a un billete de lotería.

Sólo que no quiere que le toque, ¿o sí?

No sabe qué es peor. No sabe qué es más difícil.

Un coche detrás del suyo pita. No lo ha visto en rojo y no lo ve en verde.

No, él nunca ha tenido vista para cierto tipo de señales aunque le sobre para otras.

Mete la primera soltando improperios contra el conductor de atrás ya que no puede oírle, no le importa y no le conoce.

No lo ha visto venir, no de esa manera, no algo así.

-Maldita sea, ¿qué demonios pasa por tu mente?

El teléfono suena y se toma tiempo para parar el coche a un lado de la carretera. Necesita estar tranquilo mientras habla, mucho más de lo que podrá estarlo incluso parado.

-Dime, Scully.

Sabe que es ella antes de cogerlo, no necesita mirar la pantalla ni escuchar el tono de que ha colgado.

Lanza el teléfono contra el asiento y se golpea la cabeza contra el volante. Se siente violento, incómodo, inseguro, perdido. Mira al frente: A cuatro manzanas le espera una de las conversaciones más difíciles de su vida.

Pero también le espera Scully. Puede verla abrir la puerta, la mirada baja, no se siente con fuerzas para mirarlo. Le dice a esa imagen en su mente “Tranquila, Scully, soy yo” y la imagen sonríe levemente.

Arranca el coche e intenta mantener la calma. Puede ver la silueta negra de su edificio recortada contra el cielo estrellado. Se pregunta si es uno de esos momentos en que todo cambia y uno no se da cuenta.

La recuerda, sonriendo en la oficina un par de días antes por un chiste tonto, entrando por primera vez por la puerta de aquella misma oficina, a punto de llorar mientras él la apuntaba con una pistola, en coma en una cama de hospital, en el pasillo de su edificio, a milímetros de sus labios, el día en que decidió que no probaría la miel ni una sola vez más en su vida. Las imágenes dejan de ser recuerdos: Scully desnuda en sus brazos, dejándose acariciar, mirándole a los ojos, sus piernas enredadas, sus pechos rozando su piel...

No quiere estar excitado pero lo está, desde antes de salir de casa. Quiere estar tranquilo pero no lo está, y no lo va a lograr mientras encuentra aparcamiento.

-Maldita sea, ¿de verdad es eso lo que quieres?

Nunca le haría esa pregunta. No podría. Pero al menos ya tiene la respuesta de uno de los dos.

-Sí.




2.-LLAMARTE

And I must be an acrobat

to talk like this and act like that

Acrobat, U2

 

-¿Qué hay Mulder?¿Mucho trabajo?

Scully. Llamando. A las dos de la mañana. Vale. A veces pasan esas cosas.

Scully llamando a las dos de la mañana, cuando se ha cogido el puente de Acción de Gracias y debería estar en Boston con su prima Betty, o Brandy, o Bessie o algo así y preguntando si había mucho trabajo era otra historia... Sonaba raro.

-Scully, ¿qué tal Boston?

-Perfectamente camuflada bajo un metro de nieve ¿Es que no ves la tele?

Mulder sonrió.

-¿Te has quedado aislada?¿Vas a volver en esquíes?

-Nunca me gustó esquiar, cogí ayer el avión para no quedarme aislada.

-Así que estás aquí.

-Sí.

-Lo lamento, Scully.

-Bueno.

Sonaba rara. Medio dormida, cansada, quizá sólo aburrida o molesta por tener que volver dos días antes. Esperó un instante a que hablase pero no lo hizo.

-¿Cómo estuvo la cena?

-Buena. He probado rellenos mejores en pavos peores. ¿Qué quieres que te diga?

Rara.

 

 

Scully estaba rara, medio dormida, cansada, aburrida y molesta por tener que terminar antes de tiempo unas vacaciones que, por otro lado, ni siquiera le apetecían demasiado.

Había pasado aquellos días con su prima, que era un encanto; su marido, que era otro encanto, y sus tres hijos, que eran insoportables pero encantadores a su revolucionario estilo. Su madre también había estado allí, siendo un encanto. Su hermano Bill estaba con su cuñada en casa de los padres de ella.

Mucha comida, muchos recuerdos, muchas fotos de veranos en la infancia. Una profunda y constante sensación de estar fuera de lugar.

El concepto de “familia” cada vez le resultaba más extraño y las situaciones familiares cada vez más ajenas.

“Distante”, era lo que su madre había dicho que estaba.

 

No estaba distante, sólo se sentía a años luz de todo aquello, de reír en la mesa, de pelear por un canal en la tele, de discutir si la última presentadora de moda se había operado o no, ¿cuál había sido el presidente que mejor había representado los intereses de los ciudadanos?, ¿debían o no debían controlar qué amigos tenían los niños?, ¿era malo que el bebe siguiese con el chupete?, ...

No era ella la distante: ese mundo se había alejado de ella.

En los últimos años todo había saltado por los aires y nadie más parecía consciente de ello. Salvo su madre, por supuesto, pero eso sólo hacía que doliese más.

 

Bill la odiaba, trataba de ser comprensivo, sí, pero no lo conseguía, y ella sabía que la culpaba. Y eso ayudaba bastante a que ella se culpase.

Su hermana estaba muerta, por su culpa o no, pero estaba muerta, la preciosa Melissa, con todos sus sueños, ese mundo interior del que Dana siempre se había reído un poco pero que, en parte, admiraba. Melissa era una persona llena de vida. Ya no existía.

Su madre trataba de salir adelante como podía, con esa fuerza y esa determinación que siempre le habían caracterizado. Le destrozaba ver todo lo que aquella mujer había perdido. Su padre llevaba años muerto y, lo triste, es que aquello parecía no tener importancia en comparación con todo lo que había pasado después. Le echaban de menos, por supuesto, pero era una de esas cosas que pasan y hay que aceptar por mucho que duela. Lo de Melissa era una de esas cosas que nunca deberían pasar y duelen tanto que nadie sabe cómo aceptar.

Luego estaba Emily. Casi no la había conocido. Su hija concebida de un modo impensable y en contra de su voluntad pero a la que hubiese querido como una hija, si le hubiesen dado la oportunidad. Ya no habría hijos. Nunca hasta que lo supo había sido consciente de la importancia de ese hecho.

 

Familia era una palabra un tanto extraña ahora que había perdido buena parte de la que tenía, no sabía como actuar con la que quedaba y era consciente de que no habría otra.

Cuando llegó a casa aquella tarde, huyendo del frío Boston y en parte también de un cálido hogar, sintió como el apartamento se le caía encima. El silencio que ninguna música podía acallar, el vacío que ningún “sacar todo de los armarios para dejarlo perfectamente ordenado de nuevo” podía llenar.

Se sentía una persona vacía en una casa vacía y con una vida vacía. Y sentía que sería así para siempre.

 

 

-Bueno, he resuelto un caso.- En realidad, no había hecho más que revolver los archivos con la excusa de ordenar un poco, pero el silencio era demasiado intenso y empezaba a intuir que algo le ocurría a Scully: Cualquier excusa era buena para hacer que siguiese hablando.

-¡Has resuelto un caso en dos días! Vaya, Mulder, habrá que informar al FBI de que las cosas van mejor en mi ausencia.

Humor, sí, buen camino.

-Sí, bueno, encontré un alien. Sé lo que vas a decir pero, era auténtico Scully: Tenía un “Made in Mars” en el costado derecho.

Escuchó una risa ahogada al otro lado del teléfono que le hizo imaginar que estaría en la cama, con la cara contra la almohada.

-Así que el techo lleno de lápices, ¿eh, Mulder?

-Nunca has entendido mis aficiones.

Silencio de nuevo, pero esta vez ella lo rompió.

-¿Sabes?, me acordé de ti en el avión. Había una luz rara moviéndose en el cielo.

Sonó tierno. Sonó a un inmenso “Te he echado de menos” estilo Scully, pero él no se dio cuenta en ese momento, demasiado ocupado tratando de determinar qué le ocurría.

 

Había pensado en él constantemente desde su llegada a Boston. Constantemente. No es que eso le resultase extraño: Estaba hecha a la idea de echarle de menos, mucho, más de lo normal teniendo en cuenta que era un compañero de trabajo del que, en los últimos años, nunca se había separado durante más de quince días (abducciones olvidadas aparte), más de lo que podría considerarse “sano”. Pero esta vez no habían pasado ni 24 horas cuando estaba deseando llamarle. Lo hizo y colgó antes de que diese la primera llamada. Aquello no era bueno para ninguno de los dos, les vendría bien estar un poco alejados. De modo que decidió no llamarle, no pensar mucho en él y no pensar en porqué demonios no podía dejar de pensar en él.

Por supuesto, su decisión sólo funcionó en lo referente a no llamarle, y estaba claro que sólo mientras estuvo en Boston.

 

Añoranza en estado puro. Imágenes que aparecían por todas partes: Mulder pone una cara rara para hacer reír a Emily y Scully revuelve los guisantes, mientras su prima le pregunta si le apetece otra cosa. Mulder dice “Sé de qué tienes miedo, yo tengo miedo de lo mismo” y su madre le da un codazo porque no está atendiendo a una conversación sobre... algo. Mulder, cubierto por una toalla, tiembla de la cabeza a los pies en la habitación de un motel mientras ella cierra la puerta de su habitación y se lanza contra la cama, agotada.

Entonces le ve, tirado en el sofá, en una ciudad abandonada porque es Acción de Gracias y eso tiene más potencia que una alarma antiatómica. Lanza una pelota de baloncesto al aire y la recoge. Nunca ha visto esa imagen, pero eso no le resta realismo. Quiere coger esa pelota al vuelo, sentarse a su lado y decirle algo pero no se le ocurre qué. Se enrolla en el edredón y se adormece pensando frases sin sentido.

-No, proponerle echar un partido no es buena idea, Dana.

Luego piensa que quizá esté viendo una película y ese cambio de imagen le tranquiliza lo suficiente para quedarse dormida.

 

-pero esa luz era sólo un avión detrás de una nube.

-Ya, nada ha sido confundido tantas veces con un OVNI como un avión detrás de una nube, ¿verdad?

Nuevo silencio. Estaba claro que le ocurría algo.

-¿No puedes dormir, Scully? -aventuró.

-No, -respondió ella en un susurro.-¿Qué haces tú cuando no puedes dormir?

-Llamarte.

Scully rió al otro lado.

-¿Y eso te ayuda a dormir?

-No, pero hace más entretenido estar despierto.

Silencio. Empezaba a pensar que estarían así hasta el amanecer: Dos frases y un minuto de silencio.

-¿Qué ocurre, Scully?

-Todo está vacío.

Sintió un escalofrío. El tono de voz, las palabras. Se incorporó en el sofá. Estaba claro que ella no estaba bien.

-¿Qué... qué está vacío?

-...

Hubiese jurado que había dicho “Yo” pero no le dio tiempo a preguntar, ni siquiera sabía si lo habría hecho.

-La ciudad está vacía, -continuó con un tono neutro, - es triste.

-Es acción de gracias. Poca gente se queda. ¿Por qué te resulta triste?

Realmente le estaba preocupando.

-Tú te has quedado.

“Vale, Scully, ¿a qué pregunta responde eso?”, pensó.

-Ya sabes, las fiestas no son lo mío.

-¿No te sientes solo a veces?

Apagó la luz. No sabía por qué pero no podía seguir aquella conversación con la luz encendida. Se preguntó si ella la tendría encendida.

-Supongo que soy una persona solitaria.

-Eso no... -una pausa, larga. Cambió el tono: -Perdona Mulder, estoy... Olvídalo. No quería molestarte.

-No me estás molestando. Todo el mundo se siente sólo a veces, lo esté o no, lo haya elegido o no.

Lo dijo rápido. Sentía que nunca podría perdonarse que ella colgase el teléfono.

-Yo aún no sé si soy una persona solitaria.

“¿Qué es lo que está vacío, Scully?”

-Tú no estás sola.

Se sentía como si aquella conversación fuese un castillo de cartas y cada una hubiese de ser colocada perfectamente porque era la base para las siguientes, y una sola carta mal colocada haría que todo se viniese abajo. Él lo estaba construyendo a oscuras.

-Ya.

El castillo era complicado pero el puzzle estaba resuelto: Scully se sentía sola. En una ciudad vacía, en su casa, en la madrugada, después de una reunión familiar. Se sentía sola. Aún no sabía cómo ni porqué, pero sabía que no lo estaba. Para empezar, sólo para empezar, le tenía a él. Esa era la carta en lo alto del castillo pero no sabía cómo colocarla.

A veces hay que decir las cosas que son obvias. Aún no sabía cómo decirlo.

-Yo también me siento solo a veces. Aunque lo haya elegido.

-Yo no sé si lo he elegido, no sé si creo en que se pueda elegir.

Le oyó respirar profundamente. Hubiese querido leer su mente, hubiese querido estar allí. Por ella. Por él.

-Sé a lo que te refieres.

Pensó que al menos podía hacerle ver que la entendía. Esperó unos segundos hasta que ella volvió a hablar en un tono cargado de curiosidad.

-¿Qué es lo que sientes que te estás perdiendo?

 

“Sexo”, fue lo primero que vino a su mente. En realidad era más bien sexo con acompañamiento. Nada de un solo de violín, toda la orquesta. Sexo de ese que empezaba y acababa con un abrazo.

En realidad ni siquiera echaba de menos el maldito sexo, tenía sexo de sobra, estaba cansado de sexo: Sólo quería el acompañamiento. Quería años de acompañamiento para equilibrar los años de sexo sin acompañamiento. Quería besos, caricias, abrazos, palabras que no estuviesen escritas en un estúpido guión, palabras susurradas, con calor, en su oído, sin un teléfono de por medio. Quería esperar, evitar quedarse dormido después, tener que parar en cualquier momento poco propicio porque algo iba mal, dormir incómodo, lo que fuese, lo que fuese por un mordisco en el hombro, por acariciar la piel suave, por el rostro excitado de una mujer sonriéndole. Acababa de ver ese rostro y era el de Scully. Y estaba excitado. No es que fuese una sorpresa pero... Maldita sea, ¿cuál era la pregunta?

-¿Tú qué crees, Scully?

Escuchó una ligera risa al otro lado.

-¿Sexo?

Se sintió cerca de ella, en ese momento. Muy cerca. Estaba tumbada en su cama, hablándole, sintiéndose sola, pensando en lo que implicaba echar de menos el sexo. Ni siquiera era la primera vez que hablaban de algo así, pero no recordaba que las otras veces hubiese resultado tan cálido, tan personal, tan mutuo. Tan sincero. De modo que fue sincero:

-En realidad, todo lo demás.

-Ya, te entiendo.

-A veces tú lo haces. A veces me... acaricias, es... bonito.

No sabía qué estaba haciendo exactamente, de hecho, tenía una voz en la cabeza que repetía esa pregunta una y otra vez. Pero no le importaba. Acababa de decirle a Scully que era bonito que le acariciase. Nunca digas nunca.

-¿Por qué no vienes, Mulder? No... no estoy mal, no es necesario, y te prometo que no... estaré rara si no lo haces. No lo tomaré a mal. Sólo... ven si quieres.

La adoró en ese instante. No dudó pero sí pensó. Pensó que quería. Quería estar desnudo junto a ella. Estar cerca, hacer que se sintiese querida. Y quería sentirse querido, sólo un poco, sólo un rato. Todo lo demás estaba un poco confuso. Pero todo lo demás acababa de desaparecer, ya no existía. Sólo existía la posibilidad de acariciar a Scully. Como si caía el cielo por ello.

-De acuerdo. Estaré allí en una hora.

-Bien.

Escuchó cómo colgaba el teléfono y, durante un minuto, no pudo hacer otra cosa que mirar el auricular, como esperando una señal que le indicase que aquello no había ocurrido. En ocasiones había deseado que sus conversaciones acabasen así, pero jamás pensó que podía ocurrir.

-Nunca digas nunca.



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